Comenzamos
olvidándonos de “La cosa” en un principio, confiando que de ese modo empiece a
aparecer. Tomamos referentes audiovisuales surrealistas como punto de partida,
y eso nos jugó a favor/contra, ya que la sustancia inicial no poseía la
suficiente rigidez como para mantener una unidad tiempo/espacio/sentido dentro
de los “límites” de lo tolerablemente “inentendible”. Se hizo preciso entonces,
pensar en cada toma desde una perspectiva más englobada en lo coherente. Esto
tuvo repercusiones en las decisiones (técnicas y expresivas) que se darían a
continuación, un cambio en la iluminación, nos acercó a un clima más
interesante; el ponernos todos detrás de cámara, nos dio la mano dominante de
lo que se veía, podíamos participar todos en la realización; el pixel, la
configuración de no imágenes, la reducción a unidades mínimas de mayor tamaño
en pos de romper la trama coherente de la imagen digital. A partir de ello, la
censura, una especie: ¿Qué se censura, qué se oculta? En el porno japonés los
genitales, los bellos púbicos. En el mundo en general, “patentes, caras de sospechosos, gente
que pasa caminando que no firmó contrato, material con desnudez, referencias a
drogas, gestos obscenos, heridas gráficas, exceso de sangre, la boca cuando se
dicen groserías, marcas que no deberían ser mostradas, fechas u horarios que no
sean pertinentes a un programa.”
Otra cualidad tiene que ver con la
elección del manejo del volumen en la composición. Intercalamos imágenes en
apariencia más plana (figura/fondo-contraluces), con imágenes donde la luz
delimita la sensación volumétrica. Tal decisión obtiene sustancia al buscar por
un lado unificar el cuerpo con su escenario, a fin de mantener una teatralidad
extraída del referente aunque también, las imágenes en volumen sirven para
generar dinamismo y no caer en un rutinario plano fijo, debido a que de por sí,
la acción de tales planos fijos no era suficiente para mantenerse una
coherencia satisfactoria. En cuestiones de banda sonora, quisimos seguir por la
línea de pulcritud que se intenta proponer en la imagen. Tales decisiones se fundamentan en querer alejarnos de lo que
en un principio propusimos (el grotesco del acto mismo de comer), para ampliar
un horizonte más acorde al concepto que, de una forma u otra, sintetizamos de
la tan discutida “Cosa”. De tal forma se propone una estructura sonora más
sencilla poniendo énfasis en la continuidad, lo atmosférico y sensorial.
Como grupo, estamos conformes con la oportunidad de poder
crear una pieza fundamentada en significaciones y no tanto en la narrativa pura
de una situación. Tuvimos algunas dudas, pero nos lanzamos sobre una idea que
al principio estaba sobrecargada de decisiones, que con el tiempo intentamos
decantar. Concluyendo, se puede agregar que en nuestro caso particular, el
pixel se presenta como fantasía, como modo de eludir lo aparentemente real,
como representación y método que falla. Pixelando intentamos corromper la
microintimidad, la textura de la trama. Es entonces cuando desde lo banal
comienza a emerger cierto vaho de extrañeza, que intentamos todo el tiempo
tratar de controlar para que no se “desustancie”, para mantener la forma
intacta y por ende todo lo que de ella deriva.
“Se
sancionan imágenes que el hombre mismo crea [...]”
(Elina Matoso/El cuerpo, territorio de la imagen)